Bartolomé Esteban Murillo fue uno de los máximos representantes del Barroco español. En 2017 se celebrará el IV Centenario de su nacimiento.#AñoMurillo #400Murillo
Bartolomé Esteban Murillo nació en 1617 en la ciudad de Sevilla, hijo menor de una familia de catorce hermanos. Fue bautizado en la parroquia de Santa María Magdalena. Su padre era un cirujano barbero llamado Gaspar Esteban y su madre se llamaba María Pérez Murillo, de quien tomó el apellido para firmar su obra. Al morir sus padres cuando tan sólo tenía 10 años, pasa al cuidado de una de sus hermanas mayores.
Primeros años de Murillo
Aunque inculcado por su padre ya era aficionado al dibujo, se formó en el taller de su pariente Juan Castillo, respetado artista en Sevilla, donde pronto comenzó a destacar entre sus discípulos. Llegó a pasar allí 5 años, siendo uno de sus compañeros, el pintor granadino Alonso Cano. Para aportar algún dinero a la casa, a los 14 años de edad pintaba pequeños cuadros, o bien hacía dibujos para las comunidades religiosas.
A los 22 años decidió establecer un taller de pintura barata que le permitía vender cuadros sobre todo en las ferias de los pueblos, pero a pesar de que se vendían bien, esto no terminaba de satisfacer al artista, tanto es así que tras conocer copias de Van Dyck, traídas a Sevilla por Pedro Moya, surgió en él un fuerte deseo de perfeccionar su pintura, y es que aunque no se conoce que viajara al extranjero, conoció bien la pintura flamenca, debido entre otras cosas a la posible relevancia de Sevilla como importante ciudad comercial, ya que esto favoreció el conocimiento exterior. No obstante, tomó la resolución de abandonar su ciudad al menos por un tiempo; el inconveniente sería su situación económica, por lo que tras comprar una pieza de tela y hacerla trozos, pudo pintar en cada uno de ellos un cuadro que vendería a un mercader que embarcaba para Indias.
Se fue a Madrid y logró que Velázquez le abriera las puertas de los palacios reales de Madrid, Toledo y el Monasterio del Escorial con lo que pudo admirar y copiar grandes pinturas de diferentes maestros, educándose y perfeccionándose de este modo; además, trabajó en el estudio de Velázquez, regresando finalmente a Sevilla cuando se sentía realmente preparado. En su ciudad natal causó sensación y admiración por su nueva forma de pintura, siendo entonces cuando comenzó a consagrarse verdaderamente como un pintor.
Sus primeras obras están influenciadas por Zurbarán, Ribera, Alonso Cano, Rubens, Tiziano y Velázquez.
De gran realismo, aunque con un estilo que se estaba forjando a lo que sería después, su obra fue adquiriendo importancia y evolucionó hacia una pintura suave de gusto burgués y aristocrático, como demuestran sus obras religiosas. Murillo se convirtió en un excelente pintor y poco a poco cimentó su fama.
Consagración de Murillo
En 1645 pinta trece lienzos para el Claustro Chico del Convento Casa Grande de San Francisco de Sevilla, que le proporcionan un justificado renombre. Se casa ese mismo año con Beatriz Cabrera, con la que tendrá nueve hijos. A raíz de un par de cuadros que lleva a cabo para la Catedral de Sevilla, empezará a especializarse en los dos temas que más fama le han proporcionado, las vírgenes con niño y las Inmaculadas.
Tras una estancia en Madrid entre 1658 y 1660, en este último año, intervino en la fundación de la “Academia de Pintura”, cuya dirección compartió con Francisco de Herrera el Mozo. En esa época de máxima actividad recibió importantes encargos, como el retablo del Monasterio de San Agustín; los cuadros para Santa María la Blanca, concluidos en 1665; las pinturas para el retablo mayor y los altares de las capillas laterales de la Iglesia del Convento de Capuchinos de Sevilla, uno de sus más importantes conjuntos pictórico, y “Santo Tomás de Villanueva repartiendo limosna” también para los capuchinos de Sevilla; o los cuadros sobre las obras de misericordia para el Hospital de la Caridad.
Las pinturas de la Iglesia de los Capuchinos de Sevilla fueron salvadas de la invasión francesa y restauradas por el pintor sevillano Joaquín Bejarano. En agradecimiento, los frailes le regalaron la pieza que presidía el retablo mayor, “El Jubileo de la Porciúncula”, actualmente en el Museo Wallraff-Fichard de Colonia, escena que ha sido sustituida por la Inmaculada llamada “La Colosal”, que Murillo realizara hacia 1650 para el convento sevillano de San Francisco. En la zona inferior del retablo se situaba la “Santa Faz” y sobre ésta “La Virgen de la Servilleta”. En los laterales del cuerpo bajo se encontraban a la izquierda las “Santas Justa y Rufina”, prototipos de belleza popular sevillana, y a la derecha “San Leandro y Santa Buenaventura”, patronos de Sevilla. En el segundo cuerpo se situaban a la derecha “San José con el Niño” y a la izquierda “San Juan Bautista”. En el ático figuraban “San Antonio con el Niño” y “San Félix de Cantalicio con el Niño”, ambas en formato de medio luneto que posteriormente fue transformado a rectangular. El retablo se halla actualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Murillo destacó también como creador de tipos femeninos e infantiles: del candor de “La muchacha con flores” al realismo vivo y directo de sus niños de la calle, pilluelos y mendigos, que constituyen un prodigioso estudio de la vida popular. Después de una serie dedicada a la “Parábola del hijo pródigo”, se le encomendó la decoración de la iglesia del convento de los capuchinos de Cádiz, de la que sólo concluyó los “Desposorios de santa Catalina”, ya que falleció mientras trabajaba en ella, a consecuencia de una caída desde un andamio.
A petición del propio pintor, el día 4 de abril de 1682 (un día después de su muerte) fue enterrado en la primitiva Iglesia de Santa Cruz, iglesia que desapareció durante la ocupación francesa; y aunque más tarde volvería a ser levantada una nueva, el solar de la antigua es ocupado hoy día por la Plaza de Santa Cruz, bajo la cual, y en lugar ignorado, descansan los restos de Bartolomé Esteban Murillo.
Fuente: sevillapedia
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