Francisco Pacheco fue uno de los pintores más solicitados de la Sevilla de los siglos XVI y XVII, y uno de los maestros que mayor influencia dejó en las generaciones que le sucedían.
Además de suegro de Velázquez, Pacheco fue uno de los pintores más solicitados de la Sevilla de los siglos XVI y XVII, y uno de los maestros que mayor influencia dejó en las generaciones que le sucedían, no sólo en su taller sino también en una de las tertulias más dinámicas de la ciudad, frecuentada por poetas y pensadores, de la que se hizo cargo este creador inquieto que reflexionó con pasión y erudición sobre su oficio y otras cuestiones –como la manera en que debían tratarse los asuntos religiosos-
Como historiador de arte, sus escritos son fundamentales no sólo en datos sobre tendencias, escuelas y artistas, sino también por la explicación puntual de técnicas pictóricas, especialmente por las normas sobre la policromía de esculturas. De sus escritos, el más célebre es el arte de la pintura, editado cinco años después de su muerte, donde plantea “un discurso complejo y amplio” que muestra tanto la evolución en su estética como “rasgos de su pensamiento humanista y teórico” que constituye uno de los mejores tratados artísticos del barroco español.
Su extraordinaria capacidad para el dibujo quedó patente en su gran libro de la descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, una obra incompleta iniciada en 1599, en el que traza las biografías de ilustres contemporáneos con los que el pintor había tratado en la tertulia que se celebraba en su taller, a la que concurrían las figuras sevillanas más notorias en las letras y las artes.
Los 56 retratos de esas personalidades hacen de esta singular obra un hito sin igual artístico en la retratística del momento; de sus virtudes destacan la limpieza del trazo, la expresividad de los rostros, la tensión entre linealidad y modelado a base de sutiles sombras y la penetración psicológica.
Admirador de Rafael, su obra se caracteriza por un manierismo de corte académico de influencia del arte italiano y flamenco. Sigue las formas de los grandes maestros, pero representa las figuras y ropajes con una dureza estática. No evolucionó demasiado, tal vez hacia el realismo y es valorado como buen dibujante y modesto pintor.
Sin embargo, dada su dedicación al estudio, análisis y explicación del arte, Pacheco influyó mucho en la iconografía de la época, aunque no desapareció nunca de su obra una sensación general de rigidez, cierta incoherencia compositiva y una frialdad que, si bien en los retratos dibujados era perfectamente racional y necesaria, en las pinturas denotaba un apego excesivo a ciertas soluciones tardomanieristas italianas.
Es muy singular su pintura hagiográfica, que ocupa el grueso de su producción, y aunque en menor medida pintó también retratos y más excepcionalmente motivos mitológicos.
Al conceder la primacía al dibujo sobre el color, tuvo siempre como modelos a Miguel Ángel, Rafael y Durero.
Artífice del concepto pictórico de la Inmaculada Concepción… que otros hicieron suyo… este sevillano de adopción rivalizó con Zurbarán y Herrera el Viejo por ser uno de los artistas más relevantes de su tiempo.
Si hay un acontecimiento que marcaría el recuerdo histórico de Pacheco ese fue, sin duda, el de haber acogido como aprendices en su taller de Sevilla a algunos de los más reconocidos artistas españoles de todos los tiempos: Alonso Cano y Diego Velázquez. Especialmente significativo fue el caso del segundo.
El sevillano Diego Velázquez entró en el taller de pacheco en diciembre de 1610, con apenas 11 años de edad.
Juan Rodríguez, padre de Velázquez, firmó la «carta de aprendizaje» de su hijo Diego con Pacheco, obligándose con él por un periodo de seis años. Su llegada se produjo estando Pacheco en mitad de su viaje por España, que lo tuvo lejos de Sevilla hasta finales de 1611. A su regreso, ya pudo volcarse en la formación del prometedor muchacho, al que como aprendiz estaba obligado además a dar comida, casa y cama, a vestirle y calzarle.
No obstante, Pacheco fue algo más de este compromiso y es que consciente del enorme talento que atesoraba su discípulo, el maestro decidió otorgar la mano de su hija Juana al que era su alumno más aventajado. Parece que lo hizo sin que mediara excesivo interés entre la pareja, a la cual Pacheco, como padre de ella y mentor de él, supo persuadir para conformar el matrimonio.
La boda llegaría en 1618, con un Velázquez de 19 años ya formado como experto pintor tal y como demuestra su «vieja friendo huevos» fechada en ese mismo año. Es así como Velázquez se convertía además de en el protegido de Pacheco, en su yerno.